lunes, 13 de agosto de 2007

Mis queridos diamantes en bruto,

Felicidades por la producción de la semana pasada. Aqui otra provocación...comentenla con sus amistades y amores para que tengamos muchas, muchas entradas.
Que Diosito los acompañe de bendiciones (monetarias) esta semana.

Siempre fresca,

Concorela Carrasco



"Mi amor, mira lo que aprendí en mis clases de cocina: Pollo Kung Pao"

Mauricio estaba tirado en el suelo. Tieso, como si estuviera muerto. Diana lo miraba de reojo desde el fregadero donde lavaba los platos. No habían acabado de cenar cuando él se había empezado a ahogar. Eran las nueces sin duda. O talvez la páprika. Seguramente las dos. Tal vez lo que le había hecho daño eran los huesos que Diana había dejado dentro de los pedazos de pollo. Difícil saberlo, pero el caso es que Mauricio estaba tirado en el piso blanco y morado, como si estuviera muerto y Diana estaba frente al fregadero, mirándolo de reojo, dorada y rosa como si estuviera viva.

2 comentarios:

K dijo...

Mauricio era un sujeto atlético. Había ganado varios concursos y ni fumaba ni bebía. Diana era una chica guapa y citadina. Como en cualquier novela policíaca, la pregunta sería: ¿Cómo murió Mauricio? Pero esta no era una historia de asesinatos y policías. Mauricio muerto y un caracol subiéndolo por el ojo derecho. Diana terminó de fregar la vajilla, una nube de alabastros le voló por la cabeza y se posaron en los muebles de la cocina. Bruno, el perro de los vecinos, entró fumando un cigarrillo. Diana se lo quitó del hocico y le dio una fumada. Siete meses de casada y sin sexo, pensó para sus adentros. Recordó las cuentas por pagar y decidió llamar una ambulancia. Regresándole el pitillo al perro y espantando a las aves marco desde su celular: 911. Recordó algo, olvidó quien era. Bueno, habla la Sra. Aburrida, mi esposo, el Sr. Aburrido está tirado en el piso de la cocina, creo que fue un hueso de pollo. No lo sé. Nunca le gustó comer en casa.

El Justo Medio dijo...

La ambulanica llegó. Y se bajaron los hombres de blanco. Y se bajaron también de la ambulancia. Sonreían, llevaban a cabo una de las actividades más placenteras para su torcida psicología: levantar a los muertos.